La visita del Sumo Pontífice de la iglesia católica a cualquier país provoca el jubileo de todos sus fieles y conlleva una movilización tantos de creyentes como no creyentes, algo más de lo que provoca cualquier otro jefe de estado. Es normal en todos los países, independientemente de su religión reconocida estatalmente o no.
En Cuba, como no podía ser de otro modo, este hecho cobra especial relevancia y no solo por la magnitud de la figura, sino por la relación tan atípica como variable que ha existido entre el pueblo, el estado cubano y la Santa Sede.
Por todos es conocida la situación de esta relación en los primeros años de la revolución, donde fue más tirante que nunca. La iglesia fue colocada en las antípodas de la revolución. Esto determino las posteriores relaciones hasta la década del 90 donde la acción de la jerarquía eclesiástica de la isla, el cambio en la posición hacia la iglesia del gobierno cubano y por supuesto la acción del Papa Juan Pablo II, terminaron por acercar posiciones.
El cubano es un pueblo creyente, cree en la Virgen de la Caridad del Cobre, -patrona de Cuba-, cree en los Orishas resultado del sincretismo entre la religión Yoruba y la Católica, cree en los amigos y el pacto de fidelidad que conlleva, cree en la familia, cree en la suerte, cree en el futuro; el cubano cree en todo, y por supuesto en la madre que lo parió. Por eso no es de extrañar que la llegada del Papa levante revuelo si se lee como la respuesta del pueblo a un acontecimiento, a la visita de una personalidad extranjera a las que siempre se recibe con respeto y cariño. Y es que el cubano es así, si el Papa pudiera andar por las calles como uno más, de seguro sería invitado a saciar la sed, el hambre y hasta algo más en cualquier casa cubana, porque los cubanos ofrecen y dan todo.
No obstante el Papa es EL PAPA, y como tal se le rinde tributo. Personalmente no creo que el pueblo sea en su mayoría católico practicante, ya dije que el cubano cree en todo, así que esta visita no tiene mayor significado espiritual para la mayoría.
Sin embargo se insiste en la importancia de esta visita para reforzar la posición ganada por la iglesia católica en la isla, esta última ha mediado con el gobierno para obtener la liberación de un importante número de presos políticos desde hace varios años, entre otras cosas y eso es innegable. De cualquier forma la posición de la iglesia no es política, solo se posiciona al lado del desamparado, del que sufre sin importar su filiación ideológica.
Por otra parte es responsabilidad de una personalidad de este calibre trasmitir un mensaje conciliador, por eso he encontrado más que acertadas las palabras pronunciadas ayer donde decía que iba a orar por “la libertad y la reconciliación” de la isla y que lleva en su corazón “las legítimas aspiraciones y legítimos deseos de todos los cubanos donde quiera que se encuentren". Son acertadas por lo que dicen y por lo que sugieren.
Sin intención de ofender a nadie, no creo que sea competencia del Papa entrar de lleno en temas nacionales, no es su misión. Puede abogar e interceder como hizo su predecesor ante las autoridades cubanas por cambios positivos, por la unidad de la nación, por el perdón a los presos, por la tolerancia a la divergencia de ideas, pero no puede hacer más. El tema político es algo de exclusividad nacional y creo que solo le corresponde a los cubanos cambiarlo, a los cubanos de adentro y a los de afuera que para algo tenemos que viajar a Cuba con pasaporte cubano.
Lo cierto es que la iglesia tiene sus propios problemas y se enfrenta a numerosos escándalos de abusos sexuales. No se trata de verle las manchas al sol, pero es entendible que sino se reunió en México con la Red de Sobrevivientes de Abusos Sexuales de Sacerdotes Pederastas, asunto que afecta directamente a su institución, es presumible que tampoco lo haga con organizaciones cubanas opositoras al gobierno de la isla, por muy legítimas y reconocidas que las consideremos.
Veamos entonces esta visita como lo que es, una fiesta para los cubanos católicos y un refuerzo para su iglesia que aun tiene mucho que hacer por su pueblo, y para el resto de los cubanos un reconocimiento a la isla que los vio nacer y que reclama más que nunca abrirse al mundo.